La culpa la tienen los psicópatas

El otro día participando en un encuentro que se basaba en la indagación sobre una afirmación de Jiddu K. que expresa: “La total negación de lo conocido es la esencia de la libertad” pudimos ver que la libertad nace en la observación de lo que es.

Observamos que cuando sentimos ira o rabia es porque tenemos unas expectativas o intereses personales que no se cumplen con respecto a lo que está sucediendo y por esa razón podemos acabar actuando de una forma poco racional, violenta y conflictiva.

Observamos que cualquier sentimiento es parte de un movimiento que surge del pensamiento y que este a su vez proviene de la memoria, de esa memoria donde están registrados todos nuestros interés personales y que si bien algunos puede ser de una naturaleza básica y necesaria, por otra parte la mayoría pueden haber sido condicionados por la cultura, llenándonos de  expectativas que impiden vivir con libertad.

Estuvimos observando nuestros intereses personales en cuanto a la búsqueda del placer, del aprecio y de la consideración de los demás, de la seguridad, de la estabilidad, del premio, del logro, de la realización como profesionales, y también observamos como evitamos cualquier dolor, sensación de vacío o soledad, desprecio, etc. y vimos que nuestras relaciones personales eran medios para conseguir dichos intereses.

También vimos que las consecuencias de dichos intereses personales era la creación de un mundo basado en el egoísmo, en el interés personal y no en el interés colectivo, las guerras, las injusticias, las grandes desigualdades y sobretodo la ignorancia de dividir el mundo en millones de fronteras físicas e ideológicas. Entonces preguntamos si realmente nos sentíamos responsables de todo este mundo de conflicto y sufrimiento, y si podíamos relacionarnos de una forma que no se basara en el interés personal.

Si bien alguna persona afirmó que se sentía responsable, de repente alguien sugirió que nosotros no tenemos culpa de nada, que eso era algo que la religión nos había echado encima como una losa sin razón, que nosotros éramos seres con una naturaleza bondadosa que hace lo posible y lo imposible por el bien ajeno. Explicó que si había algo malo en nosotros era debido a que hay una energía en el mundo que es negra, que es el mal, que no permite que seamos seres libres y amorosos, que no permite que el mundo lo gobierne el sentido común y que dicho mal se materializa en personas psicópatas que sin alma van haciendo todo el daño posible que su capacidad les permite.

Según se decía estos psicópatas están en todas partes y pueden ocupar alrededor de un 7 % de la población. Son propensos a ocupar cargos de poder ya que tienen la característica de ser parásitos sociales que viven a costa de los demás y ello lo pueden ejercer en la pareja, en la familia, en la comunidad o en cargos sociales, sin que nadie se dé cuenta de su naturaleza maléfica.

La cuestión es que dicha idea tuvo casi más resonancia que el diálogo sobre la esencia de la libertad y las personas se lanzaron a hacer todo tipo de comentarios basados en estudios científicos publicados que garantizaban sus afirmaciones y llegaron incluso a decir que nosotros no somos responsables de nada de lo que sucede en el mundo, que más bien somos víctimas del mal, porque en el fondo somos seres amables y bondadosos que siempre buscan el bien común y que cuando nos mostramos egoístas es por influencia de ese mal. Y hasta ahí el diálogo no dio para más.

La esencia de la libertad no está en el conocimiento. Por mucho que lleguemos a saber al respecto de lo psicópatas o de las fuerzas del mal que imperan en el universo, no vamos a alcanzar ni una pizca de libertad.

La esencia de la libertad está en comprender que el conocimiento está limitado a un uso concreto de nuestra vida cotidiana y que más allá de ese uso no tiene sentido alguno. No podemos utilizar el conocimiento para indagar u observar lo que somos porque eso sería como ponerse unas gafas de colores para ver un paisaje.

Dejemos al conocimiento en su lugar y vayamos más allá del conocimiento percibiendo lo que somos sin complejos, sin ideas, sin barreras, sin conocimientos, y es ahí, desde esa comprensión de lo conocido, desde donde surge esa esencia que es la libertad.


El otro día participando en un encuentro que se basaba en la indagación sobre una afirmación de Jiddu K. que expresa: “La total negación de lo conocido es la esencia de la libertad” pudimos ver que la libertad nace en la observación de lo que es.

Observamos que cuando sentimos ira o rabia es porque tenemos unas expectativas o intereses personales que no se cumplen con respecto a lo que está sucediendo y por esa razón podemos acabar actuando de una forma poco racional, violenta y conflictiva.

Observamos que cualquier sentimiento es parte de un movimiento que surge del pensamiento y que este a su vez proviene de la memoria, de esa memoria donde están registrados todos nuestros interés personales y que si bien algunos puede ser de una naturaleza básica y necesaria, por otra parte la mayoría pueden haber sido condicionados por la cultura, llenándonos de  expectativas que impiden vivir con libertad.

Estuvimos observando nuestros intereses personales en cuanto a la búsqueda del placer, del aprecio y de la consideración de los demás, de la seguridad, de la estabilidad, del premio, del logro, de la realización como profesionales, y también observamos como evitamos cualquier dolor, sensación de vacío o soledad, desprecio, etc. y vimos que nuestras relaciones personales eran medios para conseguir dichos intereses.

También vimos que las consecuencias de dichos intereses personales era la creación de un mundo basado en el egoísmo, en el interés personal y no en el interés colectivo, las guerras, las injusticias, las grandes desigualdades y sobretodo la ignorancia de dividir el mundo en millones de fronteras físicas e ideológicas. Entonces preguntamos si realmente nos sentíamos responsables de todo este mundo de conflicto y sufrimiento, y si podíamos relacionarnos de una forma que no se basara en el interés personal.

Si bien alguna persona afirmó que se sentía responsable, de repente alguien sugirió que nosotros no tenemos culpa de nada, que eso era algo que la religión nos había echado encima como una losa sin razón, que nosotros éramos seres con una naturaleza bondadosa que hace lo posible y lo imposible por el bien ajeno. Explicó que si había algo malo en nosotros era debido a que hay una energía en el mundo que es negra, que es el mal, que no permite que seamos seres libres y amorosos, que no permite que el mundo lo gobierne el sentido común y que dicho mal se materializa en personas psicópatas que sin alma van haciendo todo el daño posible que su capacidad les permite.

Según se decía estos psicópatas están en todas partes y pueden ocupar alrededor de un 7 % de la población. Son propensos a ocupar cargos de poder ya que tienen la característica de ser parásitos sociales que viven a costa de los demás y ello lo pueden ejercer en la pareja, en la familia, en la comunidad o en cargos sociales, sin que nadie se dé cuenta de su naturaleza maléfica.

La cuestión es que dicha idea tuvo casi más resonancia que el diálogo sobre la esencia de la libertad y las personas se lanzaron a hacer todo tipo de comentarios basados en estudios científicos publicados que garantizaban sus afirmaciones y llegaron incluso a decir que nosotros no somos responsables de nada de lo que sucede en el mundo, que más bien somos víctimas del mal, porque en el fondo somos seres amables y bondadosos que siempre buscan el bien común y que cuando nos mostramos egoístas es por influencia de ese mal. Y hasta ahí el diálogo no dio para más.

La esencia de la libertad no está en el conocimiento. Por mucho que lleguemos a saber al respecto de lo psicópatas o de las fuerzas del mal que imperan en el universo, no vamos a alcanzar ni una pizca de libertad.

La esencia de la libertad está en comprender que el conocimiento está limitado a un uso concreto de nuestra vida cotidiana y que más allá de ese uso no tiene sentido alguno. No podemos utilizar el conocimiento para indagar u observar lo que somos porque eso sería como ponerse unas gafas de colores para ver un paisaje.

Dejemos al conocimiento en su lugar y vayamos más allá del conocimiento percibiendo lo que somos sin complejos, sin ideas, sin barreras, sin conocimientos, y es ahí, desde esa comprensión de lo conocido, desde donde surge esa esencia que es la libertad.