Mi vecina

A veces me pregunto si tenemos relación con alguien y no me refiero a esas relaciones de interés con una novia, con un familiar, con un compañero de trabajo, me refiero más bien a una relación donde uno esté para el otro, donde uno escucha, donde uno aprende y sobretodo donde hay afecto.

Mi vecina vive unos seiscientos metros monte abajo en una casa de piedra que su familia, marido e hijos, construyeron con sus manos.

Ella se llama Toñi, aunque todo el mundo la conoce como ´La Rubia´. Es baja y regordeta, rubia (de ahí su apodo), ojos azules y de piel clara llena de pecas, mejillas redondas y sonrosadas, nariz pequeña y chata. Su voz aguda, entrecortada y seca, muestra un gran carácter, como cuando alguien te está leyendo la cartilla de las cosas que le debes, la vida le ha esculpido a base de golpes de martillo y cincel,  pero su acento extremeño le quitan hierro al asunto imprimiendo cierto sentido del humor a las duras historias que me cuenta.

Ya tiene sus años porque anda rondando los ochenta y es madre de doce hijos, y ninguna hija, que oscilan todos entre los cuarenta y los cincuenta, de los cuales dos están de forma permanente y los otros vienen muy de vez en cuando para sobrellevar sus humildes economías.

Suelo visitarla a menudo, le llevo un trozo de bizcocho, un tarro de mermelada, unas pastas o simplemente me presento sin avisar y comparto con ella lo que esté haciendo, a veces simplemente me siento a su lado mientras ella está cosiendo. Me suele ofrecer con mucho agrado un café con leche que tomamos con algún trozo de bizcocho mientras charlamos.

Tengo por costumbre darle dos besos en las mejillas cuando vengo y cuando me voy y aunque eso no es costumbre en su familia y al principio parecía algo empalagoso, ahora siento que dichos besos son recibidos como agua de lluvia en plena sequía.

A ella le gusta hablar, comunicar sus historias, recordar que cualquier tiempo atrás fue peor y mientras ella habla yo la observo con respeto y escucho cada palabra que ella expresa con interés y atención.

Me cuenta que su padre maltrataba a su madre sin ninguna causa delante de los hijos, que le rompía las ropas con sus enormes manos, le cogía de los pelos y le arrastraba por toda la casa liándose a patadas y puñetazos hasta cansarse. Al final la madre de Toñi quedaba completamente amoratada en algún rincón de la casa presa de miedo y de dolor.

Como es lógico Toñi se fue con su novio José al cumplir la mayoría de edad. Al poco tiempo se casaron yendo a vivir a un lugar del campo, una ruina sin techo, donde nació su primer hijo José. Al principio y según la época del año se dedicaban a labores de campo como la recolecta del tabaco, el algodón, el pimiento y también al pastoreo de vacas y cabras.

Uno tiene la sensación cuando escucha sus historias que es la historia de la humanidad, que es la historia de todos nosotros, que está hablando de uno mismo.

Toñi se separó hace unos años de José principalmente porque este le daba bastante a la bebida. Ahora ella vive con cierto desahogo, en ese aspecto del marido, pero sigue luchando por sacar a sus hijos adelante a pesar de su corta y ridícula pensión, y a pesar de que ella está más necesitada que ellos, pero ellos no se dan cuenta porque la vida también les ha endurecido y no les ha enseñado a recoger un plato cuando terminan de comer o a dar un beso de agradecimiento.

Cuanto deberíamos admirar y querer a las mujeres, a esas mujeres luchadoras, a esas mujeres que han visto lo indecible y que han sufrido horrores. Al final, cuando ya no nos sirvan para ayudarnos, las enviaremos a una residencia para que acaben sus días con el mismo padecimiento que han vivido.

El mundo no está mal, somos nosotros los que estamos mal.



A veces me pregunto si tenemos relación con alguien y no me refiero a esas relaciones de interés con una novia, con un familiar, con un compañero de trabajo, me refiero más bien a una relación donde uno esté para el otro, donde uno escucha, donde uno aprende y sobretodo donde hay afecto.

Mi vecina vive unos seiscientos metros monte abajo en una casa de piedra que su familia, marido e hijos, construyeron con sus manos.

Ella se llama Toñi, aunque todo el mundo la conoce como ´La Rubia´. Es baja y regordeta, rubia (de ahí su apodo), ojos azules y de piel clara llena de pecas, mejillas redondas y sonrosadas, nariz pequeña y chata. Su voz aguda, entrecortada y seca, muestra un gran carácter, como cuando alguien te está leyendo la cartilla de las cosas que le debes, la vida le ha esculpido a base de golpes de martillo y cincel,  pero su acento extremeño le quitan hierro al asunto imprimiendo cierto sentido del humor a las duras historias que me cuenta.

Ya tiene sus años porque anda rondando los ochenta y es madre de doce hijos, y ninguna hija, que oscilan todos entre los cuarenta y los cincuenta, de los cuales dos están de forma permanente y los otros vienen muy de vez en cuando para sobrellevar sus humildes economías.

Suelo visitarla a menudo, le llevo un trozo de bizcocho, un tarro de mermelada, unas pastas o simplemente me presento sin avisar y comparto con ella lo que esté haciendo, a veces simplemente me siento a su lado mientras ella está cosiendo. Me suele ofrecer con mucho agrado un café con leche que tomamos con algún trozo de bizcocho mientras charlamos.

Tengo por costumbre darle dos besos en las mejillas cuando vengo y cuando me voy y aunque eso no es costumbre en su familia y al principio parecía algo empalagoso, ahora siento que dichos besos son recibidos como agua de lluvia en plena sequía.

A ella le gusta hablar, comunicar sus historias, recordar que cualquier tiempo atrás fue peor y mientras ella habla yo la observo con respeto y escucho cada palabra que ella expresa con interés y atención.

Me cuenta que su padre maltrataba a su madre sin ninguna causa delante de los hijos, que le rompía las ropas con sus enormes manos, le cogía de los pelos y le arrastraba por toda la casa liándose a patadas y puñetazos hasta cansarse. Al final la madre de Toñi quedaba completamente amoratada en algún rincón de la casa presa de miedo y de dolor.

Como es lógico Toñi se fue con su novio José al cumplir la mayoría de edad. Al poco tiempo se casaron yendo a vivir a un lugar del campo, una ruina sin techo, donde nació su primer hijo José. Al principio y según la época del año se dedicaban a labores de campo como la recolecta del tabaco, el algodón, el pimiento y también al pastoreo de vacas y cabras.

Uno tiene la sensación cuando escucha sus historias que es la historia de la humanidad, que es la historia de todos nosotros, que está hablando de uno mismo.

Toñi se separó hace unos años de José principalmente porque este le daba bastante a la bebida. Ahora ella vive con cierto desahogo, en ese aspecto del marido, pero sigue luchando por sacar a sus hijos adelante a pesar de su corta y ridícula pensión, y a pesar de que ella está más necesitada que ellos, pero ellos no se dan cuenta porque la vida también les ha endurecido y no les ha enseñado a recoger un plato cuando terminan de comer o a dar un beso de agradecimiento.

Cuanto deberíamos admirar y querer a las mujeres, a esas mujeres luchadoras, a esas mujeres que han visto lo indecible y que han sufrido horrores. Al final, cuando ya no nos sirvan para ayudarnos, las enviaremos a una residencia para que acaben sus días con el mismo padecimiento que han vivido.

El mundo no está mal, somos nosotros los que estamos mal.