La vida

Imaginemos un color violeta con una luz intensa y observémosla como algo importante, como si la vida nos llevara en ello, como si el significado de la vida estuviera encerrado en ese color.

Observando ese color violeta toda nuestra mente se vuelve violeta y en esa luz uno siente que está todo el universo contenido con sus infinitos misterios. Esa luz violeta nos muestra algo indescriptible, algo difícil de comunicar, algo sumamente bello y gozoso donde uno mismo es esa luz.

En esa observación ya no hay un observador que observa, solo hay esa luz que todo lo llena, es una luz con sutiles destellos de púrpura, con tintes imperceptibles de azul, con destellos de una luz clara y transparente que hacen de ese violeta algo que trata de tener forma.

Todo es energía, todo es una manifestación de la energía, incluso la materia en energía en movimiento. Nosotros somos energía, una energía que no está separada del resto de la energía. Una energía que por mucho que el ser humano la divida en mil trozos y les ponga nombre, y produzca energía eléctrica, no alcanzará a ver el gran significado de su existencia.

Esa luz, ese color violeta es pura energía y en esa energía está el misterio de la vida y por eso es importante observarla y al observarla sin interpretarla nos estamos observando a nosotros mismos y estamos aprendiendo sobre nosotros mismos.

Una vez que esa luz es profundamente sentida, cuya percepción es uno mismo, entonces esa luz toma forma y se convierte en una florecilla del campo. Y uno observa su hermosa forma, su contorno, su profundo significado y uno no está separado de esa flor porque esa flor es algo con vida al igual que uno mismo.

La energía que aparentemente está contenida en leyes gravitatorias y eléctricas, como si se tratara de algo puramente mecánico, ha tenido una acción creativa y ha creado leyes químicas y físicas que han dado lugar a la vida, a la vida de esa florecilla violeta y a nuestra vida, por eso es tan importante observar toda manifestación de la energía con sumo respeto, cuidado y sobretodo afecto pues ella es nuestro origen y cada minúscula parte de nosotros es ella misma.

La vida es algo que surge de la nada a través del tiempo, y que finalmente toma forma de flor violeta o de ser humano en un ciclo biológico de nacimiento, desarrollo, reproducción y muerte.

Da igual lo que los seres humanos hagamos de la vida porque la observación expresa que la vida es algo profundamente creativo, es algo hermoso con una gran belleza extraordinaria. La vida no es la dueña del universo, es más bien una manifestación del mismo, un acto desinteresado de la energía, es algo que nació para extinguirse porque surgió de la luz y a la luz conduce.

En la vida no hay inteligencia, hay un movimiento vital que propicia el desarrollo de actitudes y capacidades para sobrevivir según el medio, pero la verdadera inteligencia está en la energía, en la luz.

Nosotros somos una expresión de dicha inteligencia y para que ella se manifieste en nosotros hemos de permitir relacionarnos en una armonía interior que sea pura plenitud y en una armonía exterior que sea puro gozo. Esa armonía solo puede surgir con la comprensión o la observación de esa luz violeta de la que hablábamos al principio donde uno mismo es lo observado.




Imaginemos un color violeta con una luz intensa y observémosla como algo importante, como si la vida nos llevara en ello, como si el significado de la vida estuviera encerrado en ese color.

Observando ese color violeta toda nuestra mente se vuelve violeta y en esa luz uno siente que está todo el universo contenido con sus infinitos misterios. Esa luz violeta nos muestra algo indescriptible, algo difícil de comunicar, algo sumamente bello y gozoso donde uno mismo es esa luz.

En esa observación ya no hay un observador que observa, solo hay esa luz que todo lo llena, es una luz con sutiles destellos de púrpura, con tintes imperceptibles de azul, con destellos de una luz clara y transparente que hacen de ese violeta algo que trata de tener forma.

Todo es energía, todo es una manifestación de la energía, incluso la materia en energía en movimiento. Nosotros somos energía, una energía que no está separada del resto de la energía. Una energía que por mucho que el ser humano la divida en mil trozos y les ponga nombre, y produzca energía eléctrica, no alcanzará a ver el gran significado de su existencia.

Esa luz, ese color violeta es pura energía y en esa energía está el misterio de la vida y por eso es importante observarla y al observarla sin interpretarla nos estamos observando a nosotros mismos y estamos aprendiendo sobre nosotros mismos.

Una vez que esa luz es profundamente sentida, cuya percepción es uno mismo, entonces esa luz toma forma y se convierte en una florecilla del campo. Y uno observa su hermosa forma, su contorno, su profundo significado y uno no está separado de esa flor porque esa flor es algo con vida al igual que uno mismo.

La energía que aparentemente está contenida en leyes gravitatorias y eléctricas, como si se tratara de algo puramente mecánico, ha tenido una acción creativa y ha creado leyes químicas y físicas que han dado lugar a la vida, a la vida de esa florecilla violeta y a nuestra vida, por eso es tan importante observar toda manifestación de la energía con sumo respeto, cuidado y sobretodo afecto pues ella es nuestro origen y cada minúscula parte de nosotros es ella misma.

La vida es algo que surge de la nada a través del tiempo, y que finalmente toma forma de flor violeta o de ser humano en un ciclo biológico de nacimiento, desarrollo, reproducción y muerte.

Da igual lo que los seres humanos hagamos de la vida porque la observación expresa que la vida es algo profundamente creativo, es algo hermoso con una gran belleza extraordinaria. La vida no es la dueña del universo, es más bien una manifestación del mismo, un acto desinteresado de la energía, es algo que nació para extinguirse porque surgió de la luz y a la luz conduce.

En la vida no hay inteligencia, hay un movimiento vital que propicia el desarrollo de actitudes y capacidades para sobrevivir según el medio, pero la verdadera inteligencia está en la energía, en la luz.

Nosotros somos una expresión de dicha inteligencia y para que ella se manifieste en nosotros hemos de permitir relacionarnos en una armonía interior que sea pura plenitud y en una armonía exterior que sea puro gozo. Esa armonía solo puede surgir con la comprensión o la observación de esa luz violeta de la que hablábamos al principio donde uno mismo es lo observado.