Una mirada a nuestra vida 1

Desde la cama puedo ver como en el horizonte empieza a asomar una claridad anaranjada que señala el comienzo de un nuevo día y una sensación de alegría y gratitud inunda mi ser hasta los más recónditos confines de mi existencia.

Levantarse de la cama es algo maravilloso, pasamos de un estado de reposo y de descanso a un estado bastante diferente de movimiento y de ocupación. Uno siente de forma natural la sangre recorrer el cuerpo con mayor ligereza y también siente como músculos y tendones se despiertan estirándose y encogiéndose con una gran flexibilidad.

Pasar al servicio es un gran desahogo, evacuar los desechos del día anterior y refrescarse la cara con agua fresca que baja de las montañas es una bendición. En esos momentos hay un gran silencio y a veces se oye con mucha claridad alguna respuesta que viene de esa mente meditativa que está siempre al acecho de cualquier pregunta que quedó en el aire.

Me gusta salir a la calle y saludar al día, a los cientos de pájaros que hablan de sus cosas, a las ranas que croan en el pequeño estanque enfrente de la casa, una perra y una gata esperan en la puerta para saludarme y pedirme el desayuno, mientras observo miles de flores con sus pétalos caídos esperando los rayos del sol para levantarse envueltas en el rocío de la mañana.

Observo el cielo, las nubes, la brisa y todo ello me habla del tiempo que puede haber a lo largo del día. Aquí en plena montaña, el tiempo puede cambiar varias veces en un solo día dependiendo de la estación del año, ahora en primavera y sin mucho viento todo es bastante predecible.

Viviendo de esta manera uno es el hombre del tiempo, el médico, el amigo, el panadero, el frutero y un sinfín de profesiones que hacen de la vida algo real, donde uno sabe lo que cuestan las cosas y el verdadero sabor que tienen. Encontrar esta forma de vivir es haber encontrado el cielo.

Después de tomarme un zumo de naranja suelo caminar dejando fluir mis sentidos sin dirección alguna como invitando a descubrir lo que la vida quiera mostrarme y es sencillamente hermoso ver como cada día me sorprende. En esta caminata suelo sentarme a ver cómo surge el sol entre las montañas y clava sus rayos durante un instante sobre mis pupilas.

De vuelta a casa doy de desayunar a los animales y luego desayuno yo. A partir de ahí lo que hago es un misterio que ni yo mismo sé y que no tengo ninguna intención de saber, además es algo que va cambiando con el curso de los tiempos.

Últimamente la perra y yo nos vamos a la garganta, es una caminata de una media hora monte abajo. Pasamos por bosques de robles, saludamos a las cabras que van monte arriba buscando comida y saludamos a las vacas mientras pastan en los prados. Esta primavera la garganta baja con muchísima agua y hay que tener cuidado al pasar por ella o tratar de cruzarla.

Me gusta caminar por la garganta y bañarme en sus pozas y cascadas, siento el agua como abraza mi cuerpo desnudo y percibo que la hermosura de la vida está en cada instante, en esos instantes donde no existe el tiempo, donde no hay propósito o un plan que llevar a cabo. Paso largos ratos observando y sintiendo las luces y las sombras, los reflejos del agua, el sonido de agua chocar contra las rocas en su precipitada huida hacia el valle, veo los peces juguetear mientras una culebra sube por un tronco viejo y hueco.

El otro día me dormí desnudo sobre una roca mientras sentía su corazón latir y miraba el cielo azul, y al despertar tenía una culebra sobre mi estómago, una lagartija en una mano y una mariposa azul en la nariz. ¿Os imagináis?

Dependiendo del día, puede que gran parte del día lo dedique a lo ajeno, a atender las voces que llegan del prójimo, no porque yo sea un predicador o alguien que puede ayudar a los demás, sino porque siento que uno es responsable por aquello que es capaz de observar.

Por las noches, al acostarme siento que todo vuelve al reposo, que todas aquellas impresiones acumuladas durante el día han de ser conscientes de sí mismas para convertirse en un espacio libre, entonces la noche es un descanso que dura una eternidad. Es igual dormir o no dormir, soñar o no soñar, todo es como ha de ser, y uno agradece lo que es sin necesidad de cambiarlo.



Desde la cama puedo ver como en el horizonte empieza a asomar una claridad anaranjada que señala el comienzo de un nuevo día y una sensación de alegría y gratitud inunda mi ser hasta los más recónditos confines de mi existencia.

Levantarse de la cama es algo maravilloso, pasamos de un estado de reposo y de descanso a un estado bastante diferente de movimiento y de ocupación. Uno siente de forma natural la sangre recorrer el cuerpo con mayor ligereza y también siente como músculos y tendones se despiertan estirándose y encogiéndose con una gran flexibilidad.

Pasar al servicio es un gran desahogo, evacuar los desechos del día anterior y refrescarse la cara con agua fresca que baja de las montañas es una bendición. En esos momentos hay un gran silencio y a veces se oye con mucha claridad alguna respuesta que viene de esa mente meditativa que está siempre al acecho de cualquier pregunta que quedó en el aire.

Me gusta salir a la calle y saludar al día, a los cientos de pájaros que hablan de sus cosas, a las ranas que croan en el pequeño estanque enfrente de la casa, una perra y una gata esperan en la puerta para saludarme y pedirme el desayuno, mientras observo miles de flores con sus pétalos caídos esperando los rayos del sol para levantarse envueltas en el rocío de la mañana.

Observo el cielo, las nubes, la brisa y todo ello me habla del tiempo que puede haber a lo largo del día. Aquí en plena montaña, el tiempo puede cambiar varias veces en un solo día dependiendo de la estación del año, ahora en primavera y sin mucho viento todo es bastante predecible.

Viviendo de esta manera uno es el hombre del tiempo, el médico, el amigo, el panadero, el frutero y un sinfín de profesiones que hacen de la vida algo real, donde uno sabe lo que cuestan las cosas y el verdadero sabor que tienen. Encontrar esta forma de vivir es haber encontrado el cielo.

Después de tomarme un zumo de naranja suelo caminar dejando fluir mis sentidos sin dirección alguna como invitando a descubrir lo que la vida quiera mostrarme y es sencillamente hermoso ver como cada día me sorprende. En esta caminata suelo sentarme a ver cómo surge el sol entre las montañas y clava sus rayos durante un instante sobre mis pupilas.

De vuelta a casa doy de desayunar a los animales y luego desayuno yo. A partir de ahí lo que hago es un misterio que ni yo mismo sé y que no tengo ninguna intención de saber, además es algo que va cambiando con el curso de los tiempos.

Últimamente la perra y yo nos vamos a la garganta, es una caminata de una media hora monte abajo. Pasamos por bosques de robles, saludamos a las cabras que van monte arriba buscando comida y saludamos a las vacas mientras pastan en los prados. Esta primavera la garganta baja con muchísima agua y hay que tener cuidado al pasar por ella o tratar de cruzarla.

Me gusta caminar por la garganta y bañarme en sus pozas y cascadas, siento el agua como abraza mi cuerpo desnudo y percibo que la hermosura de la vida está en cada instante, en esos instantes donde no existe el tiempo, donde no hay propósito o un plan que llevar a cabo. Paso largos ratos observando y sintiendo las luces y las sombras, los reflejos del agua, el sonido de agua chocar contra las rocas en su precipitada huida hacia el valle, veo los peces juguetear mientras una culebra sube por un tronco viejo y hueco.

El otro día me dormí desnudo sobre una roca mientras sentía su corazón latir y miraba el cielo azul, y al despertar tenía una culebra sobre mi estómago, una lagartija en una mano y una mariposa azul en la nariz. ¿Os imagináis?

Dependiendo del día, puede que gran parte del día lo dedique a lo ajeno, a atender las voces que llegan del prójimo, no porque yo sea un predicador o alguien que puede ayudar a los demás, sino porque siento que uno es responsable por aquello que es capaz de observar.

Por las noches, al acostarme siento que todo vuelve al reposo, que todas aquellas impresiones acumuladas durante el día han de ser conscientes de sí mismas para convertirse en un espacio libre, entonces la noche es un descanso que dura una eternidad. Es igual dormir o no dormir, soñar o no soñar, todo es como ha de ser, y uno agradece lo que es sin necesidad de cambiarlo.