LA CARTA - PARTE I



LA CARTA - PARTE  I


Hacía días que a Inés se le había comido la lengua el gato.
Taciturna vagaba de un lado para otro por toda la casa. Como un alma en pena,  se pasa horas y horas observando el cielo, suplicante, con la mirada triste mirando a  través de los cristales, con los ojos cabizbajos sin atreverse a levantarlos.
Las eminentes ojeras y la hinchazón de los ojos
síntoma de noches en vela y de reprimidos lloros, que se relajaban en la oscuridad de la habitación, mecida por la soledad de las sombras, se apreciaban en su rostro.
El temor se hizo eco de su pensamiento,
y un ligero temblor sacudía su cuerpo desde aquella noche.
No sabía que hacer, tenía miedo. Por su cabecita pululaban miles de imágenes, se adelantaba a los acontecimientos, visualizando la reacción de sus tres seres más amados, sin atreverse a hablarles de lo que le atormentaba.


Emily su madre, con dolor de corazón la observaba,
Preocupada por su hija, como cualquier madre. Pero ese mutismo, la tenía inquieta, era la primera vez, que Inés no le hacía cómplice de sus secretos. Imaginó que su hija habría roto con su novio y estaba sumergida en la gran melancolía que atormenta el alma enamorada.
Ella ya había pasado en su juventud por el filo de esa navaja que desgarra el corazón con dolorosas punzadas.

Emily subió las escaleras de la casa hasta el primer piso y se encaminó hacia la habitación de Inés, necesitaba despejar dudas y sacar a su hija de ese estado de abandono y al abrir la puerta se la encontró profundamente dormida, tumbada en la cama, como una bella durmiente, pero casi no respiraba, entre sus manos sostenía
una carta.


Escrito por Pili Ruiz el día 3 de Mayo del 2011


^________Pili_______^



LA CARTA - PARTE  I


Hacía días que a Inés se le había comido la lengua el gato.
Taciturna vagaba de un lado para otro por toda la casa. Como un alma en pena,  se pasa horas y horas observando el cielo, suplicante, con la mirada triste mirando a  través de los cristales, con los ojos cabizbajos sin atreverse a levantarlos.
Las eminentes ojeras y la hinchazón de los ojos
síntoma de noches en vela y de reprimidos lloros, que se relajaban en la oscuridad de la habitación, mecida por la soledad de las sombras, se apreciaban en su rostro.
El temor se hizo eco de su pensamiento,
y un ligero temblor sacudía su cuerpo desde aquella noche.
No sabía que hacer, tenía miedo. Por su cabecita pululaban miles de imágenes, se adelantaba a los acontecimientos, visualizando la reacción de sus tres seres más amados, sin atreverse a hablarles de lo que le atormentaba.


Emily su madre, con dolor de corazón la observaba,
Preocupada por su hija, como cualquier madre. Pero ese mutismo, la tenía inquieta, era la primera vez, que Inés no le hacía cómplice de sus secretos. Imaginó que su hija habría roto con su novio y estaba sumergida en la gran melancolía que atormenta el alma enamorada.
Ella ya había pasado en su juventud por el filo de esa navaja que desgarra el corazón con dolorosas punzadas.

Emily subió las escaleras de la casa hasta el primer piso y se encaminó hacia la habitación de Inés, necesitaba despejar dudas y sacar a su hija de ese estado de abandono y al abrir la puerta se la encontró profundamente dormida, tumbada en la cama, como una bella durmiente, pero casi no respiraba, entre sus manos sostenía
una carta.


Escrito por Pili Ruiz el día 3 de Mayo del 2011


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