Me pregunto porque los seres humanos escogemos, de una forma u otra, estar tristes, sentirnos infelices o dolidos. Si miramos la vida con cierta objetividad, sin carga personal, veremos que todo lo que hay a nuestro alrededor, incluyéndonos a nosotros mismos, es algo digno de admiración.
No hay que inventar nada, no hay que imaginar, sencillamente observar las formas, los colores, los sonidos, el movimiento, el cambio que acontece a cada instante, las ideas, las intenciones, la carga del pasado, la luz, las sombras, el profundo silencio, un sonrisa, lagrimas, ¿Por qué rechazamos lo que es, lo que sucede, lo que acontece? ¿Por qué interpretamos lo que vemos o sentimos según un código personal que se basa en una experiencia ya finalizada?
Debemos permitir que la vida nos afecte, que nos cambie a su antojo, que nos transporte como transporta al viento a través de los valles y entre las montañas. No temamos ser algo nuevo a cada instante, no merece la pena sostener la más mínima idea de las cosas, dejemos que la vida hable y aprendamos ese idioma que hace que las palabras cambien de significado según el momento presente, que los sentimientos nos expliquen la causa que los produce y los deseos se desvanezcan en el acto de acariciarlos con una observación atenta a los fines que persiguen.
No hay necesidad de cambiar nada, todo lo que necesitamos está presente ahora, aquí, en nosotros, a nuestro alrededor, pero nuestra ceguera apaga esa luz con una oscuridad que se retuerce sobre si misma respirando humo en lugar de aire, bebiendo alcohol en lugar de agua, sintiendo pasión en lugar de compasión y destruyendo en lugar de creando.
Queremos amar y ser amados, pero el amor no requiere de la voluntad ni del deseo del ser humano. El amor es, no es una cuestión semántica, no es algo poético, es una realidad que une las cosas en una dimensión diferente a lo personal. Cuando hay dolor, miedo o placer no puede haber amor. Mirar al dolor como dolor sin rechazo, sin juicio, con atención, eso es amor.
Somos esclavos de nuestro propio pensamiento. Si nuestro pensamiento dice que nuestro esposo o esposa no nos quiere entonces nos sentimos despreciados, pero el desprecio lo hemos creado nosotros mismos con el pensamiento con independencia de lo que nuestro esposo o esposa haya hecho.
Cuando nos sentimos despreciados nos invade por todo el cuerpo una sensación incomoda, de malestar, que nos obliga a tomar alguna decisión al respecto y por eso nuestra vida de relación se basa en acciones o reacciones que provienen de nuestros sentimientos o sensaciones de malestar o placer.
¿Podrá el ser humano alguna vez darse cuenta de que es esclavo de su pensamiento? En la vida de relación nuestro pensamiento no debería tener credibilidad alguna ya que es una fuente de problemas y conflictos.
De alguna forma hemos de darnos cuenta que lo que proyectamos en un futuro es falso. Buscamos sensaciones falsas. Nos imaginamos siendo ricos, nos imaginamos siendo amados, nos imaginamos logrando metas, nos imaginamos siendo inteligentes y creemos a ciencia cierta que detrás de esas imaginaciones habrá una sensación de paz y felicidad, de seguridad y de amor, de quietud y armonía.
No parece creíble que tanto esfuerzo sea en definitiva para conseguir paz, felicidad, plenitud, amor, quietud, armonía ¿Es acaso la paz, la felicidad, la plenitud, el amor, la quietud o la armonía una consecuencia del logro de algo?
Todo lo que podemos conseguir como consecuencia de un logro es placer, dolor, temor, inseguridad y ansiedad, que son producto del pensamiento. Pero la paz, la felicidad, la plenitud, el amor, la quietud o la armonía no son producto del pensamiento ni del deseo y cuando es eso lo que se busca son meras ideas falsas, realidades imaginadas como oposición a los conflictos que vivimos y al malestar que sentimos.
Sin embargo si dejamos de proyectar el logro de sensaciones falsas tendremos de alguna manera energía para percibir la realidad que está más allá del pensamiento.
Me pregunto porque los seres humanos escogemos, de una forma u otra, estar tristes, sentirnos infelices o dolidos. Si miramos la vida con cierta objetividad, sin carga personal, veremos que todo lo que hay a nuestro alrededor, incluyéndonos a nosotros mismos, es algo digno de admiración.
No hay que inventar nada, no hay que imaginar, sencillamente observar las formas, los colores, los sonidos, el movimiento, el cambio que acontece a cada instante, las ideas, las intenciones, la carga del pasado, la luz, las sombras, el profundo silencio, un sonrisa, lagrimas, ¿Por qué rechazamos lo que es, lo que sucede, lo que acontece? ¿Por qué interpretamos lo que vemos o sentimos según un código personal que se basa en una experiencia ya finalizada?
Debemos permitir que la vida nos afecte, que nos cambie a su antojo, que nos transporte como transporta al viento a través de los valles y entre las montañas. No temamos ser algo nuevo a cada instante, no merece la pena sostener la más mínima idea de las cosas, dejemos que la vida hable y aprendamos ese idioma que hace que las palabras cambien de significado según el momento presente, que los sentimientos nos expliquen la causa que los produce y los deseos se desvanezcan en el acto de acariciarlos con una observación atenta a los fines que persiguen.
No hay necesidad de cambiar nada, todo lo que necesitamos está presente ahora, aquí, en nosotros, a nuestro alrededor, pero nuestra ceguera apaga esa luz con una oscuridad que se retuerce sobre si misma respirando humo en lugar de aire, bebiendo alcohol en lugar de agua, sintiendo pasión en lugar de compasión y destruyendo en lugar de creando.
Queremos amar y ser amados, pero el amor no requiere de la voluntad ni del deseo del ser humano. El amor es, no es una cuestión semántica, no es algo poético, es una realidad que une las cosas en una dimensión diferente a lo personal. Cuando hay dolor, miedo o placer no puede haber amor. Mirar al dolor como dolor sin rechazo, sin juicio, con atención, eso es amor.
Somos esclavos de nuestro propio pensamiento. Si nuestro pensamiento dice que nuestro esposo o esposa no nos quiere entonces nos sentimos despreciados, pero el desprecio lo hemos creado nosotros mismos con el pensamiento con independencia de lo que nuestro esposo o esposa haya hecho.
Cuando nos sentimos despreciados nos invade por todo el cuerpo una sensación incomoda, de malestar, que nos obliga a tomar alguna decisión al respecto y por eso nuestra vida de relación se basa en acciones o reacciones que provienen de nuestros sentimientos o sensaciones de malestar o placer.
¿Podrá el ser humano alguna vez darse cuenta de que es esclavo de su pensamiento? En la vida de relación nuestro pensamiento no debería tener credibilidad alguna ya que es una fuente de problemas y conflictos.
De alguna forma hemos de darnos cuenta que lo que proyectamos en un futuro es falso. Buscamos sensaciones falsas. Nos imaginamos siendo ricos, nos imaginamos siendo amados, nos imaginamos logrando metas, nos imaginamos siendo inteligentes y creemos a ciencia cierta que detrás de esas imaginaciones habrá una sensación de paz y felicidad, de seguridad y de amor, de quietud y armonía.
No parece creíble que tanto esfuerzo sea en definitiva para conseguir paz, felicidad, plenitud, amor, quietud, armonía ¿Es acaso la paz, la felicidad, la plenitud, el amor, la quietud o la armonía una consecuencia del logro de algo?
Todo lo que podemos conseguir como consecuencia de un logro es placer, dolor, temor, inseguridad y ansiedad, que son producto del pensamiento. Pero la paz, la felicidad, la plenitud, el amor, la quietud o la armonía no son producto del pensamiento ni del deseo y cuando es eso lo que se busca son meras ideas falsas, realidades imaginadas como oposición a los conflictos que vivimos y al malestar que sentimos.
Sin embargo si dejamos de proyectar el logro de sensaciones falsas tendremos de alguna manera energía para percibir la realidad que está más allá del pensamiento.